Ya pasó un año desde aquella innominada situación en Ayotzinapa, los hechos ocurridos ese 26 de septiembre no tienen nombre, debido a que no fueron desapariciones, no fueron secuestros, no fueron masacres, no fue nada de eso, sino que fue todo eso y más; fue un cúmulo de atrocidades que no es posible catalogar como acciones humanas.
Hoy se cumple un
año de que el destino de nuestros 43 hermanos cambió radicalmente, donde se les
arrebató la vida, sin embargo, desde aquel fatídico día, son ahora sus seres
queridos y nosotros, quienes ofrecemos nuestras vidas para encontrar respuestas
y clamar justicia.
Es triste y
doloroso saber que todo aquello que el Estado llama “esfuerzo”, es solamente un
apego al protocolo del discurso, un discurso estéril, seco y árido que nos ofrece
escazas esperanzas, las cuales, se encuentran teñidas de la peor indiferencia
que existe hacia la vida.
Un año es una
eternidad en el peor de los infiernos, las noches han sido cada vez más largas
y más obscuras, los días y las noches han sido un perpetuo sufrimiento y una
terrible angustia, el aire que se respira ha sido cada vez más denso más sucio
y más escandaloso, la luz del sol ya no calienta, quema y arde como hierro
fundido sobre la piel.
Este año vino a
acentuar la experiencia que todos nosotros vivimos en este mundo, el cual se ha
transformado en un paraje de violencia, de impunidad, de intereses y de
corrupción desmedida, nos encontramos sumergidos en una eterna pesadilla donde
la burla, la indiferencia y el desprecio, protagonizan y guían el destino de
todos los mexicanos que, consientes o
no, atravesamos esta situación.
Vivimos ahora en
un contexto de incertidumbre cotidiana que carcome poco a poco, y a veces de
tajo, las pocas esperanzas que anidan en los corazones de todos nosotros, los
olvidados. Esta incertidumbre ha venido ahogando las expectativas que tenemos
todos, de encontrar con vida a nuestros 43 hermanos.
Cómo puede haber vida
cuando el alma se alimenta de la nada, de palabras vacías, de gestos
despectivos, de burla continua y de mentiras. No es posible describir el dolor
y el sufrimiento de aquellos quienes se les arrebató un pedazo de vida; no
existen las palabras para explicar como el alma se desgarra día con día, al sentir
la pérdida de un ser amado.
Es imposible no
sentir coraje, nostalgia o tristeza al conocer esta situación, ésta pérdida que
sentimos todos, es una pérdida que no tiene explicación ni justificación, es un
duelo perpetuo del cual sólo podemos acompañarnos los unos a los otros.
No son sólo los
familiares, amigos, compañeros, esposas e hijos, quienes sufren, no son sólo
ellos los afectados, somos todos nosotros a quienes se nos arrebataron
impunemente las esperanzas depositadas en aquellos jóvenes, somos nosotros los
heridos a quienes nos quitaron 43 vidas, nos duele cada lagrima derramada de
aquellas madres que perdieron a sus hijos, nos duele el corazón aprisionado de
aquellos padres y hermanos que se sienten solos ante la indiferencia e
ignorancia de la gente, nos falta el aire y se nos espesa la sangre cada vez
que suspiran sus esposas cuando saben que les falta un pedazo de su ser; somos
todos nosotros los afectados y los dolidos quienes clamamos justicia, quienes
pedimos respuestas, quienes exigimos respeto hacia la dignidad humana y su
derecho a la vida.
Ha pasado un año,
pero no ha pasado en vano, porque las voces se están levantando, porque las
miradas tienen un rumbo, porque cada vez más puños en alto se siguen uniendo a
la cuenta de 43. No podemos permitir que otros ahoguen nuestro sufrimiento y
nuestro coraje con cortinas superfluas de entretenimiento y vanidad; el mejor
consuelo que pueden recibir aquellos padres, hermanos, amigos y esposas, es nuestra
presencia y nuestra solidaridad, que sepan ellos que no están solos, que sepan
que existimos y que somos más los que comparten su dolor.
Podemos cambiar la
situación, si es posible darle un giro a las cosas que nos incomodan y que nos
insultan, es posible, sólo cuando nos apropiamos del sufrimiento, que ya no es
ajeno y se convierte en nuestro, cuando nos comprometemos y empatizamos con la
pérdida. Cuando esto ocurra, la situación cambiará y tendrá dará un giro, a
propósito, a este giro también se le puede llamar revolución.