domingo, 27 de septiembre de 2015

43.1

Somos Todos

Ya pasó un año desde aquella innominada situación en Ayotzinapa, los hechos ocurridos ese 26 de septiembre no tienen nombre,  debido a que no fueron desapariciones, no fueron secuestros, no fueron masacres, no fue nada de eso, sino que fue todo eso y más; fue un cúmulo de atrocidades que no es posible catalogar como acciones humanas.

Hoy se cumple un año de que el destino de nuestros 43 hermanos cambió radicalmente, donde se les arrebató la vida, sin embargo, desde aquel fatídico día, son ahora sus seres queridos y nosotros, quienes ofrecemos nuestras vidas para encontrar respuestas y clamar justicia.

Es triste y doloroso saber que todo aquello que el Estado llama “esfuerzo”, es solamente un apego al protocolo del discurso, un discurso estéril, seco y árido que nos ofrece escazas esperanzas, las cuales, se encuentran teñidas de la peor indiferencia que existe hacia la vida.

Un año es una eternidad en el peor de los infiernos, las noches han sido cada vez más largas y más obscuras, los días y las noches han sido un perpetuo sufrimiento y una terrible angustia, el aire que se respira ha sido cada vez más denso más sucio y más escandaloso, la luz del sol ya no calienta, quema y arde como hierro fundido sobre la piel.

Este año vino a acentuar la experiencia que todos nosotros vivimos en este mundo, el cual se ha transformado en un paraje de violencia, de impunidad, de intereses y de corrupción desmedida, nos encontramos sumergidos en una eterna pesadilla donde la burla, la indiferencia y el desprecio, protagonizan y guían el destino de todos los mexicanos que,  consientes o no, atravesamos esta situación.

Vivimos ahora en un contexto de incertidumbre cotidiana que carcome poco a poco, y a veces de tajo, las pocas esperanzas que anidan en los corazones de todos nosotros, los olvidados. Esta incertidumbre ha venido ahogando las expectativas que tenemos todos, de encontrar con vida a nuestros 43 hermanos.

Cómo puede haber vida cuando el alma se alimenta de la nada, de palabras vacías, de gestos despectivos, de burla continua y de mentiras. No es posible describir el dolor y el sufrimiento de aquellos quienes se les arrebató un pedazo de vida; no existen las palabras para explicar como el alma se desgarra día con día, al sentir la pérdida de un ser amado.

Es imposible no sentir coraje, nostalgia o tristeza al conocer esta situación, ésta pérdida que sentimos todos, es una pérdida que no tiene explicación ni justificación, es un duelo perpetuo del cual sólo podemos acompañarnos los unos a los otros.

No son sólo los familiares, amigos, compañeros, esposas e hijos, quienes sufren, no son sólo ellos los afectados, somos todos nosotros a quienes se nos arrebataron impunemente las esperanzas depositadas en aquellos jóvenes, somos nosotros los heridos a quienes nos quitaron 43 vidas, nos duele cada lagrima derramada de aquellas madres que perdieron a sus hijos, nos duele el corazón aprisionado de aquellos padres y hermanos que se sienten solos ante la indiferencia e ignorancia de la gente, nos falta el aire y se nos espesa la sangre cada vez que suspiran sus esposas cuando saben que les falta un pedazo de su ser; somos todos nosotros los afectados y los dolidos quienes clamamos justicia, quienes pedimos respuestas, quienes exigimos respeto hacia la dignidad humana y su derecho a la vida.

Ha pasado un año, pero no ha pasado en vano, porque las voces se están levantando, porque las miradas tienen un rumbo, porque cada vez más puños en alto se siguen uniendo a la cuenta de 43. No podemos permitir que otros ahoguen nuestro sufrimiento y nuestro coraje con cortinas superfluas de entretenimiento y vanidad; el mejor consuelo que pueden recibir aquellos padres, hermanos, amigos y esposas, es nuestra presencia y nuestra solidaridad, que sepan ellos que no están solos, que sepan que existimos y que somos más los que comparten su dolor.

Podemos cambiar la situación, si es posible darle un giro a las cosas que nos incomodan y que nos insultan, es posible, sólo cuando nos apropiamos del sufrimiento, que ya no es ajeno y se convierte en nuestro, cuando nos comprometemos y empatizamos con la pérdida. Cuando esto ocurra, la situación cambiará y tendrá dará un giro, a propósito, a este giro también se le puede llamar revolución.