miércoles, 26 de marzo de 2014

COMPETENCIAS “EDUCATIVAS”

La incorporación de las competencias como unidad básica de planificación en educación es un debate que recorre todos los niveles y modalidades del sistema educativo, no obstante para este ensayo se pretende describir la importancia real que tienen las competencias en el ámbito educativo.

Los modelos curriculares diseñados con base en la identificación de competencias profesionales y laborales, han cobrado gran relevancia por dos razones:

1.   Porque focaliza el esfuerzo del desarrollo económico y social sobre la valorización de los recursos y la capacidad humana para construir el desarrollo. También porque este enfoque parece responder mejor que otros a la necesidad de encontrar un punto de convergencia promisorio entre educación y empleo, no sólo se trata de crear más puestos de trabajo sino de que la capacidad de cada persona sea determinante para su empleabilidad.

2.   Porque el enfoque de competencias se adapta a la necesidad de cambio, característica de la sociedad actual, ya que es un concepto dinámico que imprime énfasis y valor a la capacidad humana para innovar, para enfrentar el cambio y gestionarlo, preparándose para él en vez de esperarlo pasivamente.

Su puesta en práctica constituye un reto importante, “Dificultades que involucra: lucha con la tradición educativa, paradigma, diseño, implementación (organización), perfil de los docentes, uso de los recursos, evaluación, resistencia al cambio” y más aún la transición de una dinámica de trabajo a otra.

Son muchos los trabajos que hoy en día se han desarrollado acerca de las competencias en el ámbito educativo, sin embargo el término se abre paso desde sus inicios en el campo laboral.

El mundo de las organizaciones  en conjunto con el análisis de puestos de trabajo determinaron que “la calificación se circunscribía al puesto de trabajo, la competencia se centraba en la persona que podía ocupar uno o más puestos” (Vossio Brígido, 2002: 53), no se califica el puesto de trabajo sino, directamente, el individuo; el trabajo es la actualización y la realización de una competencia.

La preocupación económica en los Estados Unidos que favoreció el análisis de la situación y el encuentro entre distintas disciplinas, una de las consecuencias de este período es que se empieza a vislumbrar la competencia relacionada con un nuevo paradigma de producción, aduciendo que ya no se debe formar para el desempeño en un puesto de trabajo, sino para situaciones polivalentes. (Vossio Brígido, 2002: 54).

En esta misma línea, en 1975 el Proyecto 128 de Cinterfor/OIT (1979: 275) buscaba metodologías de “medición y certificación de las calificaciones adquiridas por los trabajadores a través de cursos de formación sistemática, por la experiencia en el trabajo o por una combinación de ambas”

El proyecto ya mencionaba la competencia como “la capacidad real para alcanzar un objetivo o resultado en un contexto dado”. Paralelamente el profesor David McClelland de la Universidad de Harvard propone las competencias como evidencia de logro, sustentado por el poder predictivo que tienen los resultados escolares, los test de inteligencia y aptitudes, frente a las demandas de éxito profesional (McClelland, 1976).

En el campo de la producción, aparecen los nuevos sistemas de alto desempeño, los joint venture, holdings, el surgimiento de los conglomerados multinacionales, en una palabra la globalización en el mundo empresarial, este es un escenario en el que se impone la necesidad de certificación, como respuesta surgen órganos reguladores y normalizadores internacionales como ISO y BS, que pretenden garantizar de alguna manera estándares internacionales relacionadas con la calidad, seguridad, medio ambiente, que colocan el énfasis en los procesos, como forma de aseguramiento de la calidad de los productos.

Como resultado de todo este trabajo de evaluación de organizaciones, revisión de procesos y procedimientos, las empresas encontraron a los egresados de los sistemas de educación formal poco adecuados a sus exigencias, y esto generó a su vez la incorporación de tres prácticas cada vez más usuales y especialmente importantes para el desarrollo del concepto de formación por competencias:

1.   La creación de universidades corporativas.

2.   La intensificación del diálogo entre el sector empresarial y los actores políticos para el análisis y reforzamiento de los sistemas de “formación profesional”.

3.   La evaluación comparada de los sistemas educativos.

Cada una de estas tres estrategias, adscrita a distintos sectores pero todas vinculadas por la naturaleza de sus funciones: la formación, el sistema de formación formal y la educación.

La importancia de los puntos antes mencionado radica en que el elemento que se encuentra en el centro de muchos de los debates en torno a la formación profesional, es la necesidad de articular el sistema, “normalizando” experiencias e instituciones y que la unidad básica de organización propuesta, en la mayoría de los casos, es la competencia.

Como otra muestra de la globalización y tras la justificación de mejoramiento de la calidad de la educación, aunque en muchos casos siguiendo intereses políticos y económicos, se inician una cantidad de estudios de evaluación comparada de los sistemas educativos, por ejemplo de gran relevancia el trabajo de la OCDE, en los que se utilizan indicadores y estándares fijados inevitablemente desde la perspectiva de la relación del sistema educativo y su funcionalidad con sus productos de formación y su adaptabilidad y respuesta frente a la dinámica social y muy especialmente al mundo laboral.

Esta es la supuesta la importancia de adecuar el sistema educativo el logro de las competencias, como un medio eficaz de dar respuesta a las exigencias laborales de nuestro tiempo; entendidas además desde una perspectiva, en la que el fin último trasciende la respuesta adecuada a un puesto de trabajo.

“El concepto de competencia pone el acento en los resultados de aprendizaje, en lo que el alumno es capaz de hacer al término del proceso educativo y en los procedimientos que le permitirán continuar aprendiendo en forma autónoma a lo largo de su vida” (Bajo, Maldonado, Moreno, & Moya, 2004).

A lo largo de este ensayo se presentaron evidencias teóricas de la inclusión de las competencias en los modelos educativos, no obstante no se abordaron conceptos teóricos relacionados a las competencias desde el marco de referencia educativo-pedagógico, debido precisamente a que no existe un sustento teórico metodológico consistente que logre vincular el concepto “competencia” con el quehacer educativo.

Es verdad que los conceptos  que se mencionaron justifican las competencias y su vinculación con la educación, no obstante la articulación teórica es forzada, a tal manera que sea convincente y presentable. Como muestra se puede observar la última definición de competencia de Bajo, Maldonado, Moreno, & Moya, en la cual afirman que los resultados del aprendizaje de los alumnos, en cuanto a la capacidad que tienen de continuar aprendiendo, se logren de manera autónoma, esto significa que el concepto aprendizaje se refiere a la adquisición de habilidades, no así de conocimientos.

En conclusión, la diferencia entre adquirir/aprender habilidades o adquirir/aprender conocimientos radica en la meta impuesta por organismos y sectores mundiales, debido a que, como ya se mencionó en el texto, la adquisición de habilidades depende de las demandas económicas de las empresas neoliberales.

viernes, 7 de marzo de 2014

LA PEDAGOGÍA CRÍTICA REVOLUCIONARA


Este artículo hace referencia al artículo de McLaren y Huerta (2011), los cuales cuestionan a la formación y la práctica docente actual desde el contexto de las políticas educativas relacionadas al sistema capitalista neoliberal en donde México, al ser uno de los países subyugados por este sistema, se encuentra inevitablemente envuelto en las políticas educativas direccionadas al control de aparato educativo, planes y programas, currícula y evaluación, estas últimas impuestas por estos macro sistemas económicos.

En primer lugar este artículo inicia con aspectos relacionados a la evaluación y su finalidad, este tema no será abordado a profundidad, solamente se utilizará, en parte, para contextualizar el fenómeno de la pedagogía crítica. Posteriormente se tocará el tema de la pedagogía crítica revolucionaria sus propuestas y dificultades, para finalmente, a manera de conclusión, instaurar una idea en el lector que inevitablemente ha formado parte de la educación acrítica direccionada a la formación de ciudadanos sumisos que no cuestionan el sistema.

La evaluación, tema que ha tenido una gran relevancia a partir de la aprobación de la reforma educativa en México (2014), se puede comprender desde la interpretación y manipulación de datos y contextos a nivel político; la evaluación tiene diversas finalidades que conducen al control político de los docentes, a descartar a los sindicatos y a la reconstitución de los programas educativos.

No obstante, la evaluación tiene un velado y profundo interés en catalogar y clasificar a los estudiantes de acuerdo a sus habilidades, esto para su futura inserción al sistema capitalista neoliberal.

“La aplicación de sistemas estrictos y rígidos de rendición de cuentas y exámenes estandarizados, les quitan a las y los profesores el dominio que deben tener sobre su objeto de trabajo y los lleva a convertirse en técnicos que aplican las medidas establecidas y terminan enseñando únicamente para que las y los estudiantes sean capaces de presentar los exámenes y no para que aprendan los contenidos y le den sentido a su mundo” (McLaren, P. & Huerta-Charles, L., 2011, p. 226).

Los modelos educativos actuales se encargan de formar estudiantes tecnólogos acríticos cuyos dos únicos fines al egresar de la universidad es: la inserción al medio laboral capitalista neoliberal o el desempleo, el cual mantienen la esperanza constante de contratar mano de obra barata previamente capacitada en las universidades (educación por competencias).

En este sentido, John Dewey (1916) menciona que la educación tiene un papel fundamental en la construcción de sociedades democráticas, entendiendo esta última como el modo de vida asociado y compartido.

Para ello la propuesta de la pedagogía crítica revolucionaria implica el empoderamiento de los docentes y los estudiantes, los cuales tienen la tarea de cuestionar al sistema capitalista, cuyo único fin es excluir los beneficios sociales de la mayor parte de los habitantes del mundo concentrando la riqueza en un minúsculo sector.

Esto implica necesariamente entender al mundo de manera dialéctica donde existen múltiples antagonistas cuyas condiciones de posibilidad se intensifican por la contradicción de factores como el trabajo, el capital, la educación y la democracia.

“Si la realidad es conjunto dialéctico y estructurado, el conocimiento concreto de la realidad consiste […] en un proceso de concretización, que procede del todo a las partes y de las partes al todo; del fenómeno a la esencia y de la esencia al fenómeno” (Kosik 1967, p. 62-63), este proceso es una espiral de compenetración y esclarecimiento.

La pedagogía crítica revolucionara cuestiona el punto de vista oficial hegemónico y ahistórico de las pedagogías autoritarias. Bajo esta lógica es como los educadores críticos, necesitan luchar por la construcción de una reforma educativa sustentada en una visión socialista y democrática del futuro, sin embargo, esta tarea no será nada fácil,  porque en estos tiempos nos enfrentamos a un capitalismo salvaje e inhumano.

Necesitamos comenzar a definir nuestro mundo fuera del esquema del valor del capital y para ello necesitamos preparar a los y las docentes para que hagan esta labor política, pedagógica y social (Bauman, 1999; McLaren y Jaramillo, 2011). “La tarea de las educadoras y los educadores progresistas es desocultar verdades y jamás mentir” (Freire 1993, p. 109-110).

Es fundamental que construyamos nuestras sociedades como sociedades más democráticas y para ello es indispensable, en primer lugar, rescatar y defender la escuela pública, porque es aquí donde inicia la formación de ciudadanos democráticos y críticos, los cuales, a futuro, serás también los próximos formadores de ciudadanos.

Aunque el reto y la complejidad radican en que la sociedad capitalista se ha encargado de crear una imagen donde lo público es negativo y de mala calidad, en contraste de lo privado, el cual es de buena calidad y positivo.

Otro de los problemas es que el capitalismo neoliberal no prepara críticamente a las profesoras y profesores, les aliena su objeto de trabajo con controles cuantitativos que los hacen preocuparse por muchas otras cosas administrativas en lugar de enfocarse más hacia un compromiso pedagógico con los estudiantes.

Esta formación de profesores y profesoras conduce a que estos aprecien y promuevan la capacidad de los estudiantes para actuar autónomamente y no críticamente.

En cambio los maestros que el proyecto crítico revolucionario busca formar, tendrán que aprender que cada estudiante está dotado con la capacidad de razonar críticamente acerca de su vida.

De tal manera que la tarea de estos profesores consista en la formación de sociedades críticas que cuestionen su realidad más próxima, para que, posteriormente, con ello tengan la capacidad de ampliar su panorama de consciencia y logren ver y actuar más allá de esta realidad.

La revolución radica en este cambio de perspectiva, en el cuestionamiento de los modelos de poder rígidamente instaurados que obligan a los agentes de la educación, (políticas, instituciones y docentes) a preparar a estudiantes cada vez más  a ser autómatas y acríticos.

“La verdadera revolución inicia en el salón de clases” (Damián, 2014), es aquí donde se cuestionan las políticas y los paradigmas contemporáneos que han encaminado a la sociedad a convertirse en una devota del capitalismo.  Es por ello que resulta primordial que los maestros y maestras conecten sus intereses con las necesidades locales, de las comunidades con las que están trabajando y conviviendo cotidianamente todo esto, dentro del salón de clases.