lunes, 4 de julio de 2011

LA INDIFERENCIA VISTE DE BLANCO

Un tema recurrente en toda sociedad es el sistema de salud, y México no es la excepción. La gente habla, especula y se queja del servicio de salud cada vez que tiene la oportunidad de hacerlo, o cada vez que tiene la necesidad de acudir a este lugar.

Existen tantas quejas y comentarios como personas que han solicitado los “servicios” que ofrece el sistema de salud. Dentro de las quejas más frecuentes están, la calidad del servicio, la eficiencia, el equipo, las instalaciones, los medicamentos, el trato que tienen las personas que “trabajan” con los enfermos, entre muchas otras quejas.

Justo en este último punto, el trato personal, es donde quiero focalizarme. Recientemente parte de mi familia ha tenido el infortunio de acudir a un centro de salud, y como era de esperarse, el trato personal no fue de lo más agradable.

Existe un matiz de deshumanización por parte de la gente que labora en esas instalaciones, llámese, médicos, enfermeras, y personal administrativo. Cabe aclarar que no es una totalidad porque en efecto existe, todavía, gente que si trabaja en realidad, sin embargo es una significativa mayoría de la gente que no trabaja como debiera.

La experiencia del paciente es particularmente desagradable, ya sea por alguna enfermedad, por alguna lesión, una intervención quirúrgica, u otra circunstancia; el paciente se encuentra totalmente vulnerable ante tal situación.

Los familiares no son la excepción, ellos viven la angustia, la desesperación, el dolor, la impotencia y el coraje de no poder hacer algo por la persona que sufre, por su familiar o amigo, ¿Qué pueden hacer entonces? Encomendarse a las personas que tienen la capacidad para sanar al enfermo.

Cuando hablo de encomendarse a ellos, me refiero a entregar una confianza forzada; entregarse a ellos, dejó de ser un acto de confianza y seguridad, a ser un acto de incredulidad. La gente quisiera confiar en los médicos o las enfermeras, depositar en ellos algo tan valioso como la vida de un familiar, sin embargo experiencias previas indican que quizá no es lo mejor, pero es la única opción.

Imagino la sensación de poder que tienen estos médicos y enfermeras; un poder sobre otro ser humano que no puede hacer nada; un poder sobre el que está enfermo. Que tentación tan grande será poder manipular y decidir de manera egoísta a estos mal llamados “profesionales de la salud” sobre los sometidos familiares y pacientes.

Estar en un centro de salud implica entregar la dignidad, la libertad de elegir lo que resta de humanidad, en manos de gente prepotente, egoísta, indiferente e inhumana.

Enfermar ya no sólo implica encontrarse en una situación que impide realizar cualquier actividad cotidiana con normalidad, también implica sentir miedo a tener que acudir a una clínica de salud y someterse a estos individuos carentes de humanidad y rebozados de despotismo.

No es lo que tienen estos lugares o las personas que ahí laboran, sino de lo que carecen lo que es importante: empatía.

La empatía es ese extraño sentimiento, y quizá en esta sociedad contemporánea,  hasta casi extinto, lo que nos hace humanos; la empatía es esa sensación de tratar de entender y vivenciar, desde uno mismo, como es mi semejante; comprender la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra la gente que vive una situación de enfermedad, tanto para el enfermo como para sus familiares y amigos.

Tratar de sentir el sufrimiento, la desesperanza, el dolor y quizá hasta la agonía del prójimo es lo que humaniza; ni siquiera los animales pueden evitar sentir dolor o sufrimiento, hasta ellos se ocupan de los suyos en su plano existencial.

La diferencia y la clave, radica en la empatía, lo que convierte al ser humano, en humano y no en algo diferente. El panorama anterior parte de un centro de salud, donde se esperaría existiera más que en otros lugares la humanidad, sin embargo, no es así, también esta indiferencia se encuentra, desafortunadamente, en otras instituciones sociales, como la familia, la educación, la economía, la iglesia entre otros; la indiferencia es un fenómeno que cada día crece con mayor rapidez y es tarea de algunos pocos re-humanizar, una tarea titánica a la que pocos nos enfrentamos, pero es lo que toca hacer si se quiere vivir; el filósofo Nietzsche propondría que cada vez fuéramos más humanos, demasiado humanos.  

“En memoria de Germán Seelbach Mayoral (1932-2011) descanse en Paz”