Los modelos curriculares diseñados con base en la
identificación de competencias profesionales y laborales, han cobrado gran
relevancia por dos razones:
1. Porque focaliza el esfuerzo del desarrollo
económico y social sobre la valorización de los recursos y la capacidad humana
para construir el desarrollo. También porque este enfoque parece responder
mejor que otros a la necesidad de encontrar un punto de convergencia promisorio
entre educación y empleo, no sólo se
trata de crear más puestos de trabajo sino de que la capacidad de cada persona
sea determinante para su empleabilidad.
2. Porque el enfoque de competencias se adapta a la
necesidad de cambio, característica de la sociedad actual, ya que es un
concepto dinámico que imprime énfasis y valor a la capacidad humana para
innovar, para enfrentar el cambio y gestionarlo, preparándose para él en vez de
esperarlo pasivamente.
Su puesta en práctica constituye un reto
importante, “Dificultades que involucra: lucha con la tradición educativa,
paradigma, diseño, implementación (organización), perfil de los docentes, uso
de los recursos, evaluación, resistencia al cambio” y más aún la transición de
una dinámica de trabajo a otra.
Son muchos los trabajos que hoy en día se han
desarrollado acerca de las competencias en el ámbito educativo, sin embargo el
término se abre paso desde sus inicios en el campo laboral.
El mundo de las organizaciones en conjunto con el análisis de puestos de
trabajo determinaron que “la calificación se circunscribía al puesto de
trabajo, la competencia se centraba en la persona que podía ocupar uno o más
puestos” (Vossio Brígido, 2002: 53), no se califica el puesto de trabajo sino,
directamente, el individuo; el trabajo es la actualización y la realización de
una competencia.
La preocupación económica en los Estados Unidos
que favoreció el análisis de la situación y el encuentro entre distintas
disciplinas, una de las consecuencias de este período es que se empieza a
vislumbrar la competencia relacionada con un nuevo paradigma de producción,
aduciendo que ya no se debe formar para el desempeño en un puesto de trabajo,
sino para situaciones polivalentes. (Vossio Brígido, 2002: 54).
En esta misma línea, en 1975 el Proyecto 128 de
Cinterfor/OIT (1979: 275) buscaba metodologías de “medición y certificación de
las calificaciones adquiridas por los trabajadores a través de cursos de
formación sistemática, por la experiencia en el trabajo o por una combinación
de ambas”
El proyecto ya mencionaba la competencia como “la
capacidad real para alcanzar un objetivo o resultado en un contexto dado”. Paralelamente
el profesor David McClelland de la Universidad de Harvard propone las
competencias como evidencia de logro, sustentado por el poder predictivo que
tienen los resultados escolares, los test de inteligencia y aptitudes, frente a
las demandas de éxito profesional (McClelland, 1976).
En el campo de la producción, aparecen los nuevos
sistemas de alto desempeño, los joint venture, holdings, el surgimiento de los
conglomerados multinacionales, en una palabra la globalización en el mundo
empresarial, este es un escenario en el que se impone la necesidad de
certificación, como respuesta surgen órganos reguladores y normalizadores
internacionales como ISO y BS, que pretenden garantizar de alguna manera
estándares internacionales relacionadas con la calidad, seguridad, medio
ambiente, que colocan el énfasis en los procesos, como forma de aseguramiento
de la calidad de los productos.
Como resultado de todo este trabajo de evaluación
de organizaciones, revisión de procesos y procedimientos, las empresas
encontraron a los egresados de los sistemas de educación formal poco adecuados
a sus exigencias, y esto generó a su vez la incorporación de tres prácticas
cada vez más usuales y especialmente importantes para el desarrollo del concepto
de formación por competencias:
1. La creación de universidades corporativas.
2. La intensificación del diálogo entre el sector
empresarial y los actores políticos para el análisis y reforzamiento de los
sistemas de “formación profesional”.
3. La evaluación comparada de los sistemas
educativos.
Cada una de estas tres estrategias, adscrita a
distintos sectores pero todas vinculadas por la naturaleza de sus funciones: la
formación, el sistema de formación formal y la educación.
La importancia de los puntos antes mencionado
radica en que el elemento que se encuentra en el centro de muchos de los
debates en torno a la formación profesional, es la necesidad de articular el
sistema, “normalizando” experiencias e instituciones y que la unidad básica de
organización propuesta, en la mayoría de los casos, es la competencia.
Como otra muestra de la globalización y tras la
justificación de mejoramiento de la calidad de la educación, aunque en muchos
casos siguiendo intereses políticos y económicos, se inician una cantidad de
estudios de evaluación comparada de los sistemas educativos, por ejemplo de
gran relevancia el trabajo de la OCDE, en los que se utilizan indicadores y
estándares fijados inevitablemente desde la perspectiva de la relación del
sistema educativo y su funcionalidad con sus productos de formación y su
adaptabilidad y respuesta frente a la dinámica social y muy especialmente al
mundo laboral.
Esta es la supuesta la importancia de adecuar el
sistema educativo el logro de las competencias, como un medio eficaz de dar
respuesta a las exigencias laborales de nuestro tiempo; entendidas además desde
una perspectiva, en la que el fin último trasciende la respuesta adecuada a un
puesto de trabajo.
“El concepto de competencia pone el acento en los
resultados de aprendizaje, en lo que el alumno es capaz de hacer al término del
proceso educativo y en los procedimientos que le permitirán continuar
aprendiendo en forma autónoma a lo largo de su vida” (Bajo, Maldonado, Moreno,
& Moya, 2004).
A lo largo de este ensayo se presentaron
evidencias teóricas de la inclusión de las competencias en los modelos
educativos, no obstante no se abordaron conceptos teóricos relacionados a las
competencias desde el marco de referencia educativo-pedagógico, debido
precisamente a que no existe un sustento teórico metodológico consistente que
logre vincular el concepto “competencia” con el quehacer educativo.
Es verdad que los conceptos que se mencionaron justifican las
competencias y su vinculación con la educación, no obstante la articulación teórica
es forzada, a tal manera que sea convincente y presentable. Como muestra se
puede observar la última definición de competencia de Bajo, Maldonado, Moreno,
& Moya, en la cual afirman que los resultados del aprendizaje de los
alumnos, en cuanto a la capacidad que tienen de continuar aprendiendo, se
logren de manera autónoma, esto significa que el concepto aprendizaje se
refiere a la adquisición de habilidades, no así de conocimientos.
En conclusión, la diferencia entre adquirir/aprender
habilidades o adquirir/aprender conocimientos radica en la meta impuesta por
organismos y sectores mundiales, debido a que, como ya se mencionó en el texto,
la adquisición de habilidades depende de las demandas económicas de las
empresas neoliberales.
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